La niñez actual, la adolescencia, la configuración de los nuevos ciudadanos, híperconectados y estimulados, aceleran procesos psicológicos en los que los adultos también ven reconfigurados sus roles, acciones, tiempos disponibles, decisiones y visiones.
María Emilia Rodríguez es psicóloga, dedicada entre otras áreas- a abordar cuestiones de niñez. Uno de las cuestiones comunes, reincidentes y que ocupa y preocupa- es de los límites de las nuevas generaciones. ¿Son los adultos los auténticos responsables del cuestionamiento?
El límite y la negociación parecen ir emparentados, donde la decisión supone mayor autonomía de los menores que de sus mayores. Rodríguez no reniega de las instancias de negociación, sino que “dependerán de la edad, hay cosas que puede elegir y otras que no, por lo que hay cosas negociables y otras no. Ir a la escuela todos los días, eso no es negociable”. En las separaciones de parejas, también los niños son partícipes de las decisiones. La especialista recomienda escucharlos, porque ante la negación en las decisiones, “aparece la angustia, y en la negación de querer estar con uno de ellos (los adultos) hay que buscar una ayuda que tenga una mirada más atenta”, porque en ello “puede existir una cuestión de maltrato, de desinterés, formas por las que el chico está llamando la atención”. Simplemente, dice, “no se puede obligar a un niño a querer a alguien. El vínculo tiene que ver más con el adulto; si un niño no recibe el afecto que necesita, tampoco puede darlo, porque ellos son más transparentes, sinceros y espontáneos. Un adulto sabe fingir mejor”, sostiene.
La negociación para torcer voluntades, suele traducirse en un ejercicio de premios y castigos, muchas veces, sobre una recompensa material. Rodríguez insiste, “hay cosas que no se negocian, como la escuela. El tema de los premios y castigos es controvertido, hay veces que funcionan y otras que no. Está bien premiar al chico cuando fruto del esfuerzo logra algo, pero no se debe convertir en una rutina donde lo utilice como elemento de presión, si no me comprás tal cosa no lo hago. Hay un orden desde lo obligatorio, desde la responsabilidad, de lo que tenemos que hacer porque hay que hacerlo y qué es del orden que representa un plus y por ello se lo puede premiar”.
No está en el manual de buenos papás
La familia actual está cruzada por múltiples interacciones, influencias y conformaciones. Por una parte aparece una suerte de manual de buen padre que exige el mundo moderno, y por el otro la libertad absoluta para con los chicos. Rodríguez clarifica que “ni lo uno ni lo otro” está bien. “Uno tiene que poder acomodarse a ciertas circunstancias. La crianza al libre albedrío no existe, aunque hay corrientes que lo sostienen, pero los hechos muestran que no, que el resultado no es el mejor. Los niños necesitan límites, como una barrera de contención”.
La psicóloga analiza que “el límite está asociado a lo autoritario, al castigo, a penitencia”, sin embargo “el límite está desde el minuto cero, desde el abrazo y el arrope de la madre que lo contiene, eso ya es un límite. El límite es un ordenamiento para crecer, un niño sin límites se desborda, no se siente cuidado”, manifiesta.
El otro aspecto en cuestión es papá, mi amigo. “Un par no me puede cuidar”, clarifica la experta, un papá amigo se ha corrido de lugar, argumenta. Para ella, sucede “porque nos corrimos del lugar de papás, el niño necesita de alguien que lo cuide y lo contenga, y eso lo marca el límite”. En ello también se construye con y en la relación con la pareja, donde se recomienda siempre- el diálogo, “es necesario consultarse, con otros o con la pareja, pero nunca delegar o desautorizar”.
La sociedad actual reclama el éxito y con exigencia. Suele incurrir en reclamar al niño que queme etapas, en los que la súper estimulación encabeza los incentivos familiares. Ello, dice Rodríguez, “es pésimo. La estimulación es buena. Desde el mismo nacimiento se lo estimula al niño, cuando le canta la mamá, cuando se le da un sonajero, pero cada cosa a su edad. Exigirle a un niño que a los cinco años sepa leer y escribir… hay alguno que lo hace voluntariamente porque tiene un desarrollo cognitivo más acelerado, pero lo debe ir buscando solo, como una necesidad”, sin que el entorno empuje o exija. En un mismo sentido observa que “siempre conviene alentar, nunca desalentar, pero no marcar lo que está mal. Es distinto decirle vos vas a poder hacerlo mejor a vos tenés que ser mejor; nunca sobreexigir porque le estamos mostrando lo que no puede, sino apoyarnos en los logros”. En ello aparece otra cuestión, “es que vivimos una era en la que estamos totalmente sobreestimulados, la tecnología necesariamente nos estimula a todos. Hace treinta años teníamos una tele, ahora tenemos toda una tecnología a disposición, aunque no es la mejor motivación”, asegura Rodríguez.
Los límites que no se dan en casa, ¿se ponen en la escuela? Nuevamente Rodríguez reencausa el tema. Desde su labor profesional una de las situaciones donde hay “mayor conflictiva pasa por situaciones de conducta en la escuela; pero cuando empezamos a trabajar con el niño vemos otras cuestiones que subyacen a esos desbordes, con docentes desbordados y algunos sin vocación, o con situaciones de trabajo insalubre. Entonces es un ida y vuelta, porque vos podés pensar ¿cómo es posible que un chico grite y falte el respeto al docente? Cuando uno indaga seguramente encontrará un docente que grite y falte el respeto.
Igual hoy se habla con bastante liviandad sobre la falta de respeto”.
Las cosas en la escuela no suceden porque sí, sino que entrañan procesos sociales. Rodríguez manifiesta que “ningún niño nace con el conflicto o con problemas de conducta; el niño es estructurado dentro de su seno familiar, en una comunidad, es un producto social, cultural, escolar”, por lo tanto, “no es un ente aislado que de pronto adquirió conductas violentas”. Así es que del consultorio emergen indicadores de aquellos comportamientos, donde los diferentes ámbitos sociales se confunden. Suele suceder que “la mamá que trae al consultorio un niño, lo deposita, y espera que el psicólogo lo resuelva en una hora semanal. Se desentiende del conflicto, y cuando el profesional los cita para indagar a los papás sobre lo que está pasando en casa, se sugieren pautas y conductas a modificar, aparecen resistencias que generalmente llevan a que el niño no venga más. Se esperan cambios en el niño sin modificar absolutamente nada desde lo que se sugiere desde el consultorio. El trabajo del psicólogo, sin el compromiso de la familia, no tiene ningún sentido”, culmina la charla con la profesional.